El domingo 25 de mayo de 1980 murió, en Viterbo Caldas, don Manuel de Jesús Muriel. Desde ese día, María Elena supo que la muerte de su padre le cambiaría por completo la vida. Con solo 16 años de edad María Elena, la Nena, pasó a un mundo que era enteramente ajeno al suyo.
El nuevo comienzo llevó a la Nena, a su madre y a sus tres hermanos mayores a emprender un viaje largo y agotador hacia una tierra distinta. Fueron cinco días de viaje en el camión de su difunto padre, con las pocas y humildes pertenencias de su familia; cinco días en carretera que le fueron arrebatando poco a poco sus mañanas de juego en los cafetales, las carreras a pie descalzo con sus amigos, la inocencia y el deleite de la infancia. El 16 de febrero de 1981, la Nena entró a la que en adelante sería su casa y sintió por primera vez la ardiente temperatura de aquel acogedor pueblo. Sería entonces en Aguachica Cesar donde desaparecería la incertidumbre y el futuro incierto que deja la ausencia de un padre.
Arreglado todo antes de su llegada, ya Nena pertenecía al cuerpo estudiantil del colegio José María Camposerrano. Toda una nueva experiencia la esperaba en aquel desconocido plantel educativo. Su acento y su extrovertida forma de ser inmediatamente llamaron la atención de todos sus compañeros. Entonces, empezaron a enlistarse pretendientes, que querían estar con la chica paisa de cabello oscuro, largo y liso. Sin embargo, desde un principio la Nena no perdió tiempo con los tantos interesados, pues un chico moreno, robusto y humilde atrapó por completo su atención.
Con apenas diecisiete años de edad y en tercero de bachillerato, aquella joven lozana inició la prestación de servicio social, experiencia que la conduciría a su primer empleo. Así pues, a Nena le correspondió realizar el proceso de alfabetización con reclusos del establecimiento carcelario del pueblo. Entre almas oscuras, solitarias y desprovistas de ganas de vivir, Nena conoció a don José Ochoa, un hombre analfabeta de cincuenta años, quien fue su primer alumno, su primer pupilo y, con el tiempo, un gran amigo.
Nena visitaba a don José, no solo para enseñarle a leer y escribir, sino también para llevarle comida, cigarros y un poco de compañía. Un día, en medio de una charla, su longevo amigo quiso tener un gesto de agradecimiento con ella. Fue entonces, cuando don José le comentó que su prima Luz Marina, maestra en el colegio San Miguel, se encontraba embarazada y necesitaba a alguien que la remplazara durante el tiempo que permaneciera en dieta. A Nena le alegró la noticia, pues en ese momento un empleo sería de gran ayuda al mal estado económico de su familia.
Ya sea por el destino o por mera suerte, hoy la Nena agradece a Dios que en aquel tiempo no se exigiera una profesión o un cartón que certificara la competencia del maestro de las escuelas, pues, tan solo con la experiencia de alfabetización en la cárcel le dieron el empleo. De este modo, a sus diecisiete años, la Nena empezó un nuevo ciclo como maestra de niños de primaria. Le fue tan bien con sus pequeños aprendices, que no solo permaneció dictando clase durante el tiempo de dieta de la maestra Luz Marina, sino que al siguiente año fue contratada como maestra planta de la institución. Así pues, entre su sueldo formal y trabajos extras, como cubrir turnos de otros maestros y hacer carteleras para los niños de quinto grado, ganaba cuarenta mil pesos mensuales. Un excelente sueldo para una joven de su edad en la década del ochenta. De seis de la mañana a doce del mediodía Nena se sentaba en los pupitres a recibir sus clases, y de una y media a cinco de la tarde pasaba al podio a dirigirlas.
Ya con dieciocho años y en cuarto de bachillerato, Nena era una estudiante que trabajaba formalmente para mantenerse y mantener a su madre. Con un arduo trabajo se dio a conocer entre la esfera social de maestros, ganó mucha experiencia y adquirió un considerable conocimiento en esa labor de educadora.
- En esa época- dice la Nena- era muy pesado para los profesores, porque nos asignaban un curso al que teníamos que dictarles todas las materias. Pero a mí me gustaba mucho porque, como yo era joven, no solo les dictaba las clases sino que me hacía llavería de ellos y me la pasaba gaminiando en los recreos jugando fútbol.
Entonces entre las clases y los juegos, la acogida que Nena tuvo con sus alumnos, se le presentó otra oferta de trabajo como maestra. Esta vez la necesitaban en una escuela nocturna para adultos y ella, sin dudarlo si quiera, aceptó. Así fue como durante dos años, de siete a diez de la noche, la Nena enseñó a leer y a escribir a personas que le doblaban su edad. A pesar de la intensidad horaria y el cansancio que genera una jornada de seis horas de estudio y siete horas de trabajo, la Nena enfrentó esa dura situación para no pasar necesidades.
Entre risas y gestos de arrepentimiento, Nena me cuenta que la escasez de tiempo para cumplir con los deberes de su estudio la llevaron a la trampa. Recurrió, durante tres años, a la copia para, al menos, alcanzar las notas promedio y ganar las materias. Sin embargo, en sí no se nota ningún sentimiento de arrepentimiento, todos los años dedicados al trabajo son para ella un orgullo que hoy le permite decir con tranquilidad que no soportó hambre y que, humilde y honestamente, consiguió lo que necesitaba.
Ya en 1983, esta emprendedora mujer decidió renunciar a las clases nocturnas para iniciar un curso de mecanografía y contabilidad en el Servicio Nacional de Aprendizaje (SENA). Ese mismo años Lucy, una de sus hermanas mayores, había abierto un salón de belleza, en el que Nena aprovechó, en sus tiempo libres, para hacer turnos y ganar dinero extra. Con los trucos de estilismo aprendidos en el negocio de su hermana, Nena le hacía servicio a domicilio a una pareja de novios perteneciente a una de las familias más influyentes del pueblo, para cortarle el cabello y arreglarle las uñas.
-Gracias a esa barbachita- dice la Nena- yo me ganaba cinco mil pesitos con los que me compraba los objetos de aseo personal.
Y si es de hablar de rebusque, como no bastaba un empleo como maestra y el servicio a domicilio como estilista, los sábados en la tarde, la Nena lavaba a mano un promedio de treinta camisas y veinte pantalones a un primo de su novio. Entre los quince mil pesos de pago se incluían materiales para el colegio como colores, cartulinas, cuadernos, entre otros. Poco a poco sus oficios varios le solventaban cada una de sus necesidades. Y le Nena, para tener tiempo con sus amigos y ganar el permiso de su mamá para salir con su novio, los fines de semana se levantaba a las cuatro de la mañana para preparar las clases que iba a dictar la semana siguiente, hacer sus tareas del colegio y asear la casa.
Tres años trabajando y estudiando, probaron la verraquera de Nena, la convirtieron en una luchadora, en una más de las jóvenes colombianas que tienen que sacrificar etapas de su mocedad para salir adelante, para educarse y crecer como personas integrales que aspiran a un mejor futuro. Nena llama el haber recibido el diploma de bachiller uno de los logros más grandes de su vida. Pues lamentablemente, para acudir a una universidad no era suficiente lo que recibía por sus trabajos, que además, no le dejaban tiempo para estudiar.
Hoy, la Nena tiene cuarenta y siete años; es esposa de aquel joven moreno, robusto y humilde del que se enamoró; tiene dos hijos que no tuvieron que pasar por su situación, y está completamente feliz de tener una familia en la que no falta el padre y no pasa por duras situaciones.
Y qué hace nena ahora?
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